En una de esas tertulias vespertinas que mantuve con mi querido amigo Jorge Schreiner, me contó una anécdota ocurrida, hace ya mucho tiempo, en un pequeño y olvidado pueblito de Caazapá. Allí vivía don Ramón, quien era el sereno de una plaza, la que estaba al lado de la Iglesia, cerca de la Seccional Colorada y a una cuadra de la oficina de Antelco.
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El eterno escalón que falta
En una de esas tertulias vespertinas que mantuve con mi querido amigo Jorge Schreiner, me contó una anécdota ocurrida, hace ya mucho tiempo, en un pequeño y olvidado pueblito de Caazapá. Allí vivía don Ramón, quien era el sereno de una plaza, la que estaba al lado de la Iglesia, cerca de la Seccional Colorada y a una cuadra de la oficina de Antelco.