En Europa saben mucho de esto y lo aprendieron por el camino duro. Por eso hoy tienen en práctica más de un centenar de programas destinados a devolverles a los ríos su dinámica original, después de décadas dragando, canalizando y estrechando sus cauces. Esto ha provocado un aumento de la velocidad de las corrientes y generando el peligro de desagote de las cuencas. Un caso clave es el dragado del Guadalquivir para mejorar su navegabilidad y que tiene preocupada a la comunidad científica de España. Sin embargo, los últimos hallazgos técnicos según reporta ABC de Madrid, permiten compatibilizar “los métodos de dragado, la gestión ambiental de los vaciaderos y sedimentos y sus posibles usos a partir de la economía circular, y los procesos erosivos y de sedimentación”. Como se ve, trabajan al límite y bajo la obsesiva fiscalización de los foros del cambio climático.
Editorial
Abordaje bolichero del dragado fluvial
La polémica sobre el dragado del río Paraguay, quiénes deben hacerlo, el papel del Estado como custodio del entorno natural y, sobre todo, los fondos destinados a ese fin, están opacando un tema no menos importante: ¿Hasta dónde es prudente dragar un río del tamaño del Paraguay o el Paraná? Naturalmente, existen normas y regulaciones formuladas a partir del comportamiento de cursos de agua, su enorme complejidad e influencia sobre el entorno que atraviesan. Alterar el equilibrio de un rio para adaptarlo a necesidades determinadas -la navegación, por ejemplo- suele tener consecuencias devastadoras.