Va a hacer casi medio siglo que se estableció el cambio de hora en abril y octubre a fin de adecuar el quehacer nacional a un mejor uso del tiempo y la energía. El razonamiento indicaba que si uno se levantaba a tal hora y se ponía en movimiento a tal otra se “optimizaba” el uso de luz solar, con un ahorro considerable de electricidad. En esos días, contábamos sólo con Acaray para abastecernos, es decir, apenas un 33% de lo que hoy produce una sola turbina de Itaipú, de la que entonces se empezaba a hablar de su construcción. Sonaba lógico, entonces, eso del ahorro.
Pero la verdad es que nunca nos hablaron con números del tema. Lo único que hicimos fue copiar modelos extranjeros, confiando en que lo que funciona en otras latitudes, debería hacerlo aquí. ¿Es así? En América del Sur, solo nosotros y Chile utilizamos el cambio de hora. Los demás países se han allanado al horario universal fijando al mismo su hora oficial.
No se conoce un sistema infalible para calcular cuánto se ahorra con el cambio de hora. Tan es así que la propia ANDE no ha preparado una argumentación concreta para enfrentar la iniciativa de cambiar el sistema. Todo lo que tienen aquellos países que mantienen el horario de verano son estimaciones basadas en observación empírica y en algunas comparaciones.