Va a hacer casi medio siglo que se estableció el cambio de hora en abril y octubre a fin de adecuar el quehacer nacional a un mejor uso del tiempo y la energía. El razonamiento indicaba que si uno se levantaba a tal hora y se ponía en movimiento a tal otra se “optimizaba” el uso de luz solar, con un ahorro considerable de electricidad. En esos días, contábamos sólo con Acaray para abastecernos, es decir, apenas un 33% de lo que hoy produce una sola turbina de Itaipú, de la que entonces se empezaba a hablar de su construcción. Sonaba lógico, entonces, eso del ahorro.
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¿Cambiamos?
Todo lo que tienen aquellos países que mantienen el horario de verano son estimaciones basadas en observación empírica y en algunas comparaciones.