Somos un inédito soplo de vida, la pulsación de un verso en camino, deseoso de reencontrarse con el edén. Ante esta realidad, no podemos continuar envenenándonos, hemos de forjar otros fueros más níveos, al menos para acrecentar la pureza del ser, manteniendo nítida la propia aura que respiramos, con sus consabidas percusiones anímicas. La metáfora del viento impetuoso, que nos sorprende en cualquier esquina, tiene que hacernos reflexionar sobre la necesidad de respirar corrientes no contaminantes, lo que genera activar el espíritu del alma y remover, cada cual consigo mismo, sus propias entretelas, para no caer en enfermedades prevenibles. Justamente, nos merecemos un cielo azul y un mar con oleaje de estrofas, que es lo que verdaderamente nos reanima las miradas. Sea como fuere, para entrar en este gozo de reanimación, sólo hay que poner en cumplimiento el “haz el bien y no mires a quién”.
Columnas
Ante los venenos del aire mundano
En vez de progresar en la nítida cátedra viviente, que es lo que injerta sabiduría, nos hundimos en el vacío y en los vicios, con la necedad del tormento y el absurdo de la confusión.