Más allá de los regocijos, los desengaños y la desconfianza, la gran fiesta de la democracia nos dejó una vez más la sensación de que hemos sabido aprovechar un legado que nos viene de aquel día augural en que empezamos a recorrer el camino de la convivencia en el disenso, en la aceptación de la idea del otro por inaceptable que pueda parecernos. Hemos confirmado que el voto y las urnas son instrumentos irreemplazables cuando se trata de elegir un nuevo turno en el Gobierno.
Y ahora lo tenemos. Todo indica que el camino que nos queda por delante, como República, no va a ser fácil. Requerirá mucha capacidad de negociación, mucha tolerancia a la opinión contraria y también una prácticamente inagotable reserva de voluntad para servir a la ciudadanía.
Este ultimo punto es esencial y debe tomar nota sobre él todo el arco político que participará del Gobierno que arrancará el 15 de agosto próximo. Las excusas se acabaron, los pases de factura empiezan a perder validez y lo que el ciudadano común espera es que esta nueva leva de gobernantes se aboque a lo que el país y su gente realmente necesitan.