Cuando Susanita vio que la tarde de juegos en la plaza corría peligro de desbarrancar en una de esas polémicas políticas demasiado adultas, propuso sin más trámites a la pandilla: “Digamos todos, ‘¡Oh, qué barbaridad!’ así podemos seguir jugando, dale, ¿eh?”. A Mafalda le hizo poca gracia que le cortaran de raíz su reflexión sobre la persistencia del hambre en la Argentina. Pero la perspectiva de seguir comandando a la tropa de amigos en alguna aventura de cowboys versus hacendados, era más fuerte que ella. Al fin y al cabo, en un rato más, ya los llamarían a tomar la leche y a hacer los deberes…
Columnas
¡Oh, qué barbaridad!
Me resulta imposible recordar la cantidad de veces que, como sociedad, hemos pasado del ¡qué barbaridad! a la rutina diaria, indiferente y chata, reducida a un titular de periódico. Tras el penúltimo “accidente” en la ruta 1 -eso fue cualquier cosa menos un accidente-, fueron muchas las expresiones, primero de asombro, luego de incredulidad, más adelante de indignación y ahora estamos en proceso de convertir la muerte de seres humanos valiosos en apenas una estadística.