Salir del país suele tener un efecto revelador. Basta recorrer una ciudad extranjera para notar que cuestiones básicas como la limpieza, el estado de las veredas o el orden del tránsito funcionan de manera natural. Nos golpea el contraste porque aquí hemos normalizado tanto el desorden, el mal servicio público y la resignación, que cuando las cosas se hacen bien, nuestra expresión automática es: “parece un sanatorio” .
Columnas
Necesitamos un país que funcione
Detrás de esa frase se esconde un reflejo doloroso: asumir que lo nuestro, por regla general, está mal hecho o carece de calidad. Y lo más grave es que esa percepción se fortalece cada día con la inacción y la falta de exigencia ciudadana.