Al momento de exponer sobre la (escala) de aquellas transacciones operadas con monedas virtuales/digitales, hemos de enfocarnos en la utilidad del “hash”, que transciende en referencia a una operación “criptográfica”, que da cuenta de los denominados “identificadores” que resultan únicos. Es que, cada hash se identifica en la blockchain, pues bien, el hash es el código que identifica la transacción en (criptomonedas). Así, cada envío forma un hash que nos determina el estado de una transacción por blockchian, y en tal efecto, se puede lograr la dirección de los destinos. Ahora bien, para lograr ingresar al hash de alguna transacción a través de blockchain, se debe marcar sobre el respectivo envío, lo cual va a generar un movimiento histórico de la moneda virtual. En tanto, se precisa ingresar al “histórico de actividad”, lo cual puede ser posible (inclusive) desde la “web” a raíz del Wallet, y por ende, para buscar el hash, se puede filtrar la fecha, el tipo de moneda o el año para facilitar el dato de la transacción. Seguidamente, al ser localizado el envío a blockchain, se busca el detalle de la operación, para (posteriormente) desplegar la vista de las operaciones, y una vez obtenido el hash, se podrá pegar en un Explorer de la red (Ej. red Bitcoin: https://blockstream.info/r; red Ethereum (ERC20): https://etherscan.io/; entre otros). Entretanto, se puede (igualmente) identificar el ID de la transacción (TxID), por la incidencia de la cadena única de caracteres. Pues bien, a través del (TxID) se puede consultar depósitos y retiros. Por todo ello, la transferencia de “activos” entre usuarios que comercializan dentro del ecosistema de las criptomonedas deben ocupar mayor presencia de órganos de control, en vista a que, se han transformado los medios de pago, que (eventualmente) podría transitar en una operativa de lavado de activos precedente de delitos fuentes.