El presidente Narendra Modi ya tiene su G20. La cita de los líderes de las principales economías del planeta celebrada este pasado fin de semana en Delhi ha sido el colofón a una presidencia que el mandatario indio ha querido utilizar para escenificar el paulatino ascenso de su país a la primera línea internacional. Cualquiera que haya viajado a la India recientemente ha podido comprobar cómo se ha volcado el país a lo largo del año en su papel al frente del G20, inundando aeropuertos, marquesinas y carreteras de carteles con el logo de la presidencia junto a la imagen de Modi, quien por cierto afronta elecciones generales la próxima primavera.
Se jugaba, pues, mucho el gobierno indio en este G20, y la verdad es que las perspectivas de éxito no eran nada halagüeñas poco antes del comienzo de la cumbre. La reunión de líderes es siempre la guinda de toda presidencia de este foro, el momento en el que converge todo el trabajo impulsado durante los meses precedentes por ministros y funcionarios, por grupos de trabajo y mecanismos de interlocución con diferentes agentes sociales; todo bajo la estrecha batuta del llamado “sherpa”, coordinador que permite que su jefe y líder de turno –en este caso el propio Modi—alcance la “cumbre”, como el nombre de la cita indica.
Dos elementos son clave en la definición del éxito de una Cumbre del G20: la producción de una declaración final consensuada por todos los países y la foto de familia, que refleja que han sido los máximos representantes de cada país miembro los que han llegado a dicho acuerdo. Y la realidad es que ambos elementos parecían peligrar en esta recta final de presidencia india. Por un lado, se antojaba difícil que hubiera comunicado dada las posturas encontradas sobre la condena de la invasión rusa de Ucrania, con Beijing y Moscú opuestas a replicar el mismo lenguaje alcanzado hace un año en Bali. De otra parte, el jarro de agua fría provocado por la cancelación de Xin Jinping amenazaba con descafeinar el nivel político de la cumbre, unido a las anunciadas ausencias de Putin y López Obrador, o a bajas fortuitas de última hora como las de Pedro Sánchez, a causa del COVID.