Joel, el mayor, tenía 9 años, en tanto que Marcos había cumplido recién sus cinco añitos. La tía era lavandera, y como tal, debía, casi todos los días, abandonar su casa para realizar las tareas en otras viviendas.
La situación económica de la familia era precaria. Había días en que los chicos apenas podían comer un par de galletas y tomar un poco de cocido. Esa alimentación les daba hambre. Como era de esperar, estaban famélicos.
GOLPEANDO PUERTAS