Hace veinte años, mis mañanas comenzaban mucho antes del amanecer. Caminaba al menos diez cuadras, haga frío o calor, para alcanzar un bus de la Línea 5 en Luque. Sin los primeros colores del alba en el horizonte, corría detrás del colectivo, me colgaba de la estribera y emprendía un viaje que, en cada trayecto, se convertía en un desafío. La emisora comunitaria en el barrio Trinidad era mi destino, pero llegar hasta allí siempre fue una odisea.
Columnas
El precario viaje madrugador
Hoy, dos décadas después, mi realidad ha cambiado. Ya no necesito viajar en bus, gracias al esfuerzo de mi trabajo he podido adquirir un auto. Pero cada mañana, con tristeza, veo cómo muchos compatriotas siguen enfrentando las mismas condiciones deplorables que yo viví. Siguen esperando buses en pésimo estado, arriesgando su seguridad y viajando en condiciones indignas.