Hay una idea que se repite con fuerza en muchas empresas: “Cuando implementemos inteligencia artificial, todo va a ser más fácil”. Como si un bot fuera un nuevo empleado que no cobra sueldo, no comete errores, no se cansa, no toma tereré. Y además, piensa. ¿Qué más podríamos pedir?

Esa expectativa, aunque comprensible, está equivocada. Hay cosas que ningún bot puede hacer. No puede definir una estrategia correcta sin datos, cuestionar lo absurdo sin contexto o empatizar con personas en una negociación. Éstas siguen siendo tareas humanas. Y seguirán siéndolo por un tiempo.

Cuando hablamos de agentes inteligentes, hablamos de especialistas en acelerar. Aceleran tareas, decisiones, aciertos o errores. Son multiplicadores. El mensaje es que si usamos tecnología sin criterio, solo creamos ineficiencia de manera acelerada. Pero si tenemos claridad, visión y propósito, entonces sí: podemos transformar el momento que vive Paraguay en una ventaja histórica.

Hoy, tenemos acceso como nunca antes a: herramientas globales, talento conectado, conocimiento que ya no se esconde en élites. Ese acceso puede ser el punto de partida para construir una economía más ágil, más productiva y, sobre todo, más humana.

Pero hay una trampa más profunda: delegar el pensamiento. Confiar en que la tecnología nos diga qué hacer, cómo hacerlo y cuándo, sin involucrarnos. Esto es peligroso. Un equipo que delega todo en un software, se debilita a sí mismo.

Los bots y la IA pueden ser aliados, pero solo si antes definimos qué valor queremos generar. No vienen con respuestas, entonces si no sabemos qué queremos, tampoco ellos lo sabrán.

La IA es útil. Pero no reemplaza el juicio, la intuición, el compromiso o la intención. No se trata de herramientas. Es una decisión. Y como país, si decidimos pensar antes de automatizar, construir antes que esperar, el salto puede ser real. Decidamos bien, hoy.

Lo que un bot no puede hacer

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