José Cantero. Director de UPA Business School

Parecería que esta virtud cardinal fuese ajena al management y al liderazgo, cuando en realidad es todo lo contrario. Fue Jim Collins que, tras cinco años de investigación para publicar su best-seller “Good to Great”, llegó a una conclusión contundente: el coraje es el ingrediente decisivo de los líderes nivel 5, aquellos capaces de transformar organizaciones de buenas en extraordinarias.

En tiempos de mucha incertidumbre, de riesgos crecientes y cambios disruptivo, rescatar al coraje y situarlo en el centro del debate no es un lujo: es una necesidad estratégica.

Quizás el punto de partida para lograr tal fin sería preguntarnos si el coraje se aprende o es innato. En gran medida esta discusión ya fue resuelta por filósofos clásicos de la antigüedad, quienes han puesto a nuestra disposición herramientas para desarrollar a la reina de las cuatro virtudes cardinales: el coraje.

Muy probablemente, el punto de partida para lograr este fin sea comprender qué es el coraje. Solo a partir de ese entendimiento podremos plantearnos cómo aplicar métodos concretos para forjar el coraje y que se impregne en nuestro liderazgo y moldee la cultura de las organizaciones que conducimos.

Ranjay Gulati, profesor de Harvard Business School, en su reciente publicación “Now is the Time for Courage” define al coraje como: “La disposición a emprender acciones audaces y arriesgadas para servir a un propósito que uno percibe como valioso, generalmente frente a un temor persistente. Puede implicar aceptar un desafío físico, exponerse emocionalmente, arriesgar la posición social o económica en defensa de las propias convicciones morales, o apoyar públicamente ideas nuevas y poco ortodoxas”.

Ahora bien, una vez internalizada su definición, deberíamos dar el siguiente paso y adentrarnos en las recomendaciones que propone la filosofía estoica para cultivarlo.

Comencemos comprendiendo que el paisaje al que nos enfrentamos fluye siempre en una sucesión de contrarios. Al cielo borrascoso le sigue un día apacible, hasta que nuevamente las nubes vuelvan a ennegrecerse. Nada hay más natural que los cambios externos: las vallas surgirán, las tempestades caerán… pero también debemos recordar que, con la misma certeza, siempre regresarán los días soleados.

Reconozcamos que en esta larga carrera de altibajos no dejaremos de tropezar y caer. ¿Qué más natural que la gravedad?

Pero la pregunta que están detrás de la pregunta resulta más interesante: ¿Cuánto tiempo permaneceremos noqueado en la lona del cuadrilátero? ¿Toda una vida, un año, un mes, una semana, un día o apenas, quizás, un instante?

Con esta interpretación realista de que habitamos un mundo incierto, y ante la necesidad de cultivar resiliencia en nuestras respuestas, nada mejor que prepararnos para que la desventura no nos sorprenda desprevenidos. Porque lo imprevisto, cuando nos encuentra sin armas, no solo golpea: agrava los hechos.

Aquí, la filosofía estoica plantea que hagamos un gimnasio en nuestras mentes, que visualicemos posibles e hipotéticas calamidades, probables situaciones complejas, eventuales tormentas inauditas e inesperadas y, en dicho escenario de tribulaciones, visualicemos como gestionaremos la tempestad, como responderemos con flexibilidad, con capacidad de asimilación y fuerza de recuperación.

Sería trágico que cuando la desdicha toque nuestras puertas no nos encontremos con las armas en las manos para enfrentarla.

Y no menos penoso resulta ignorar que el miedo es parte de nuestra naturaleza y que cuando se propaga en nuestro ser tiene la capacidad de nublar nuestro entendimiento y paralizar nuestras fuerzas. Es nuestro mayor reto destruirlo de raíz cuando ha comenzado a germinar, y destroncarlo cuando ya ha cobrado altura.

Debido a que la batalla se libra en la mente, los antiguos filósofos, plantean que espantemos a las aves del temor que revolotean a nuestro alrededor y nunca dejemos que aniden en nuestras cabezas.

Realmente, gran parte del flagelo es interno. La verdadera lucha está en nuestras cabezas. Ahí reside los auténticos obstáculos: los miedos al fracaso, los pensamientos catastróficos, el ego que atosiga.

En tanto, los acontecimientos externos son distantes, están fuera de nuestro control. Solo lo interno está bajo nuestro campo de dominio: la forma en que interpretamos los hechos, las energías que canalizamos para resistir, para seguir y para construir.

Descubrir que el arrojo es un acto de servicio es uno de los pasoso más trascendentales. El valor es una derivada de las personas que creen que es posible un mundo mejor. Un cobarde jamás demostrará interés, mucho menos amor.

Cuando el acto de servicio se alinea con el propósito de vida, el arrojo surge por añadidura. Encontrar nuestro propósito, ya sea uno transitorio o de largo alcance, nos eleva por encima de los temores que suponen los proyectos desafiantes o de las vicisitudes emergentes.

Es importante recordar que erigir confianza en nosotros mismos es una inversión con dividendos crecientes. Recuerda que una victoria alcanzada, por más pequeña que sea, es una roca de confianza para afianzar nuestras capacidades.

En ocasiones, la valentía consiste en pequeños actos: levantarse de la cama, lavarse la cara, hacer que el día cuente. En otras requiere determinación para enfrentarnos a retos y obstáculos excepcionales.

La valentía ante pequeños desafíos nos engrandece. El arrojo ante colosales obstáculos nos transforma en personas humildes.

En esta travesía de forjar esta virtud no deberíamos olvidar que somos depositarios de dones que Dios, o la naturaleza, nos ha regalado. Confiemos siempre en nosotros mismos, en nuestras fuerzas morales -nuestra humildad, bondad, perseverancia, resiliencia – y, por sobre todo, en nuestra capacidad racional.

No busquemos al coraje en el exterior, está dentro nuestro, a nuestra entera disposición como fuente inagotable.

Pero también debemos reconocer que el coraje se acrecienta en la espiritualidad, y se ensancha con el apoyo de un ser querido, de un amigo que siempre estará para apoyarnos y desafiarnos.

Los estoicos también planteaban apropiarnos de dichos o máximas que servirían como mantras para navegar la vida con fortaleza mental. Aquí van dos de Séneca: i) “Cualquier persona puede sostener el timón cuando el más está en calma”; ii) “No es que nos atrevamos porque las cosas son difíciles; es que son difíciles porque no nos atrevemos”.

Pero quisiera que atesoremos la reflexión de Marco Aurelio: “Cava en tu interior. Ahí reside la fuente del bien, que siempre seguirá brotando, mientras tu sigas cavando”.

Es la hora del coraje estoico

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