Benjamin Fernandez Bogado

@benjalibre

Era un Estado fallido en la década del 60 del siglo pasado. Hace 60 años. El pequeño Estado-Nación de menos de 700 kilómetros cuadrados con 4 millones de habitantes era imposible de ser manejado por los locales. La vida en una ciénaga infectada de narcos, piratas y bandidos lo había tomado todo, así que tuvieron que venderlo a Malasia para que este país arreglara las cosas. No lo pudieron hacer y, hartos, se los devolvieron a los singapurenses, que encontraron en Lee Kuan Yew un estadista que limpió el país de los bandidos a fusilamientos y horcas. Eso fue en 1965. No hace mucho tiempo. Eran más pobres que Haití y hoy son los más ricos del planeta. Con un ingreso per cápita superior al de los americanos y europeos, además con cero corrupción y criminalidad.

Es una dictadura política hasta hoy, pero juega en las ligas mayores del comercio mundial, con ventajas competitivas en los puertos marítimos, en una región donde los intercambios son constantes y grandes. El estrecho de Malaca es clave para el paso de grandes barcos de contenedores, y los singapurenses operan con la mayor eficiencia mundial su aeropuerto y puerto, exportando know-how al mundo sobre cómo hacerlo. El centro de los aviones en Changi es una muestra de notable eficiencia. No hay controladores humanos al ingreso al país. Todo se hace de manera personal, escaneando los pasaportes y controlando al mismo tiempo el equipaje. Todavía recuerdan que traer drogas equivale a la pena de muerte. Ya no está la soga ni la advertencia en el piso, pero sí el recordatorio en el correo electrónico que cuenta que tu ingreso al país se ha concretado. Nada se roba ni se pierde.

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El camino al centro, de 20 kilómetros, es a lo largo de una avenida llena de flores, donde las santarritas florecidas dominan el paisaje. Todo inmaculadamente limpio. Los taxis solo pueden ser conducidos por gente con la nacionalidad singapurense. Los precios ya son de las grandes ciudades y los centros comerciales en la bahía, inmensos, con aire acondicionado a full para mitigar el calor y la humedad que dominan nuestra visita por el Sudeste Asiático. Las grandes firmas están en todos estos centros comerciales y disputan la venta para un país donde el dinero proviene del comercio, las transacciones financieras y los servicios, en los que se destacan enormemente.

El primer presidente paraguayo que lo visitó fue Nicanor Duarte Frutos, a comienzos de este siglo. No entendió nada, o no lo quiso entender nunca. Hace unas semanas hizo escala Santiago Peña y firmó un acuerdo para generar un comercio singular entre el país menos corrupto del planeta con uno de los más corruptos. Veremos cómo termina este acuerdo, pero claramente son dos mundos completamente distintos.

Lee Kuan Yew, a cuyo sepelio fue Bill Clinton porque dijo que era el más grande estadista del siglo XX —porque sacó a su país de la pobreza más profunda y lo colocó en la riqueza más grande—, el mismo que dijo que para ser buen gobernante hay que estar dispuesto a meter preso al pariente y al amigo, se rodeó de un grupo de ministros y colaboradores de primer nivel. Todos con doctorados en las mejores universidades del mundo. Muy bien pagados, pero sin margen para ser corrupto.

El taxista se ríe cuando le pregunto sobre la corrupción. No pueden entender que eso sea posible en este país que ha superado todas las comparaciones posibles. Solo el aeropuerto mueve un volumen económico similar a todo nuestro presupuesto. Cuando les digo que en Paraguay se roban 2 mil millones en licitaciones de bienes y servicios y nadie va preso, no pueden entenderlo. Ni lo uno ni lo otro. Me preguntan si la gente tiene miedo a la ley como en Singapur, me río como respuesta.

El barrio chino luce movido en la tarde de mi visita. Los estudiantes de primaria son llevados por sus maestros para mostrar parte de la herencia oriental en sus vidas. El botones del histórico hotel Raffles luce una vestimenta Sikh, y los templos indios atraen a los visitantes que quieren ver algo de lo que fue este antiguo enclave británico. El resto son edificios enormes que compiten entre sí. Nombres de bancos y financieras, oficinas de las grandes corporaciones dominan el escenario de una bahía que reluce en el atardecer. El doble edificio con una enorme piscina en la torre final es el símbolo de su progreso y desarrollo. Un destaque a los territorios ganados al mar con basura procesada llama la atención, así como la preservación del medio ambiente en un entorno que recoge toda la flora mundial.

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UNA MIRADA HACIA EL FUTURO

Las ventas de durian, una fruta parecida a la jaca, se ofrecen en los mercados al paso. Singapur juega en las grandes ligas mundiales e hicieron de la lucha contra la corrupción uno de sus grandes signos distintivos. Las competencias de Fórmula 1 se hacen de noche por sus calles para mostrar capacidad organizativa y poder ante el mundo. Se preparan para ser un gran centro médico a nivel global y el desarrollo de la inteligencia artificial domina la operatividad cotidiana.

Está en las antípodas de nosotros y no queremos escuchar sus consejos. Los corruptos allá no tienen chance ni oportunidades, mientras aquí es un blasón de orgullo personal y una envidia social. Todo lo que debiera hacerse en materia de educación lo hicieron bien en Singapur. Su método de matemáticas se exporta al mundo, y solo el 20% sigue carreras universitarias, el resto va a programas medios de alta demanda y pago en el mercado laboral.

Hay problemas de vivienda y casi dos millones de extranjeros trabajan en este país, viviendo en barracas y con espacios de movimiento restringidos. Es una dictadura que funciona con parámetros que no tienen nada que ver con las autocracias que nos dominaron por tanto tiempo. La gente cuestiona en voz baja la falta de libertades, afirmando que en este país no se puede ni pescar porque está prohibido incluso para los peces abrir la boca.

Singapur es un caso de éxito que merece ser estudiado a fondo. Los nuestros viajan solo para sacarse fotos, pero nunca parecen convencidos de que imitarlos valga la pena, aunque Peña diga lo contrario. Vamos camino a Filipinas y Malasia en la última escala por esta parte del mundo.

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El sudeste asiático: distante y desconocido (IV parte)

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