Durante décadas, la ecuación fue sencilla: más horas equivalen a mayor productividad. Sin embargo, los datos y las tendencias globales desafían esa lógica. La semana laboral de cuatro días ha dejado de ser una “locura escandinava” para convertirse en un debate estratégico en América Latina, donde empresas piloto y actores institucionales analizan su viabilidad.

Estudios de países como Reino Unido, Japón y España indican que una jornada reducida puede elevar la eficiencia, mejorar el bienestar organizacional y aumentar la retención del talento. Pero ¿cómo trasladar ese modelo a culturas corporativas donde el presentismo aún se asocia con compromiso?

Surgen modelos híbridos que obligan a repensar no solo el tiempo, sino el propósito del trabajo. Automatizar tareas no basta; es clave redefinir qué procesos agregan valor y cómo se articulan los equipos hacia objetivos estratégicos. Además, a nivel político, rever, analizar y adaptar las leyes laborales.

Para las organizaciones, el modelo 4D implica revisar dinámicas operativas, eliminar fricciones innecesarias y priorizar resultados medibles. Para los líderes, representa un ejercicio de confianza en sus equipos. Y para los colaboradores, es una oportunidad para reequilibrar su desarrollo profesional, personal y bienestar integral (mental sobre todo).

¿Es viable en todos los sectores? No siempre. ¿Hoy es de fácil adopción en todos los países? No. Pero evitar el debate puede significar perder competitividad. En un entorno que privilegia la flexibilidad, el cambio cultural no es un lujo: es una estrategia.

La transformación laboral no se trata de trabajar menos, sino de generar impacto con mayor inteligencia operativa. Y en ese sentido, el futuro podría no solo acortar la jornada, sino alargar la visión empresarial.

Productividad vs. Presencialidad: el futuro laboral y el modelo 4D

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