Por: Rubén Ovelar - VICEPRESIDENTE DE CERNECO Y CEO AT SENIOR PUBLICIDAD

Charles Plumb era piloto de combate durante la guerra de Vietnam. Él se había acostumbrado a las alturas, al rugido de los motores y a la adrenalina de cada misión. Su uniforme, sus medallas, su historial de vuelo… todo eso imponía respeto.
Era un martes cualquiera en un restaurante junto al mar, en California. Charles, aquel día, no llevaba uniforme. Ni estaba en un portaaviones. Había dado una conferencia esa mañana y solo quería comer tranquilo, leer el periódico y volver a casa. Pidió una hamburguesa doble y hojeaba el periódico, cuando un hombre se le acercó con una sonrisa tímida.
“Disculpe... ¿usted es Charles Plumb?, preguntó el hombre, con tono respetuoso.
Plumb levantó la vista. Ya era conocido por contar su historia en conferencias.
“Sí, soy yo. ¿Nos conocemos?”, preguntó.
El hombre no dudó.
“Usted fue piloto en Vietnam. Lo derribaron. Cayó en paracaídas y sobrevivió, ¿verdad?”, preguntó.
Plumb se sorprendió aún más.
“¿Y usted cómo sabe todo eso? ¿Ha estado en alguna de mis conferencias?”, dijo.
El hombre sonrío y negó con la cabeza.
“No. Yo era el que empacaba su paracaídas en el portaaviones”, replicó.
Charles se quedó mudo. Lo miró de arriba abajo, intentando recordar ese rostro. Pero nada.
En ese momento, Plumb sintió que algo dentro suyo se sacudía. Recordó las veces que cruzaba los pasillos del portaaviones, de uniforme impecable y con la mirada al frente. ¿Cuántas veces ni siquiera lo miró? ¿Cuántas veces habrá pasado al lado de ese hombre sin decirle ni buenos días?”
Esa noche no pudo dormir. Cerraba los ojos y lo veía ahí, concentrado, doblando la seda blanca del paracaídas. Enrollando hilos. Revisando que cada cordón estuviera firme. Dedicando horas, sabiendo que de ese trabajo dependía la vida de otro. De él.
“Yo era el piloto —pensaba Plumb—. El que salía en las fotos, el que daba los informes, el que recibía aplausos. Él, apenas un nombre en una lista. Pero si no fuera por él… yo no estaría acá”.
Desde entonces, en cada conferencia que daba, Charles Plumb empezaba con una frase:
“¿Quién empacó tu paracaídas hoy?”
Y el silencio se apoderaba de la sala. Porque esa pregunta va directo al alma. A ese lugar donde se esconden los olvidos, los agradecimientos no dichos y las miradas esquivadas.
LA IMPORTANCIA DEL RECONOCIMIENTO
En toda organización —sea una empresa, una pyme, una institución— hay quienes vuelan… y quienes empacan paracaídas. Y muchas veces, los que están arriba, se olvidan de mirar abajo. De agradecer. De reconocer.
La recepcionista que sostiene con una sonrisa el primer contacto con los clientes, o el encargado de depósito que organiza y entrega en tiempo récord y la señora de la limpieza que deja impecable nuestra oficina sin que uno llegue a verla. ¿Los saludamos? ¿Conocemos sus nombres?
¿QUIÉNES REALMENTE EMPACAN?
La persona que te lleva el café en la oficina empaca tu paracaídas o el portero del edificio a quien lo ves, todos los días, también empaca tu paracaídas. La nana que cuida a tu bebé y tus compañeros de trabajo también lo empacan todos los días.
Todos tenemos que entender que, si uno quiere llegar rápido, podemos correr solos… pero si queremos llegar lejos, tenemos que correr acompañados. Por eso, si todavía uno no sabe quién empaca nuestro paracaídas… es buen momento para averiguarlo.

La lección del marinero anónimo

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