Es una frase que, en voz alta o en susurros, se escucha cada vez más en las empresas. Aparece cuando se propone un reto, proyecto o tarea que saca a alguien de su zona de confort. No está mal hacerse la pregunta, pero preocupa que sea el único filtro para decidir si vale la pena esforzarse.

Algunos colaboradores adoptan una mirada transaccional del trabajo: “Si hago más, debo ganar más”, “si me esfuerzo, quiero premio”, “si me capacito, debe ser en horario pagado”. Esta lógica, válida en ciertos casos, se vuelve limitante si impide ver que no todo lo valioso en el mundo laboral se traduce en beneficios inmediatos.

Claro que el trabajo debe ser remunerado con justicia. Nadie vive del desarrollo personal y no se paga el supermercado diciendo “hice un Excel que nunca había hecho antes”. Pero tampoco se crece sin incomodidad. Evolucionar profesionalmente implica asumir riesgos, equivocarse, ir más allá del rol por el cual uno fue contratado.

Colaborador, debes entender que crecer profesionalmente implica aceptar desafíos que te saquen de lo cómodo; asumir lo que no dominas hoy es lo que te prepara para lo que podrás liderar mañana.

Jefe, debes entender que tu rol no es solo acompañar, sino también incomodar positivamente: desafiar, exigir y empujar el desarrollo. Pero ese desarrollo debe traducirse en nuevas oportunidades reales de crecimiento, visibilidad y evolución dentro de la organización. Sin espacio para aplicar lo aprendido, el esfuerzo pierde sentido.

El verdadero desafío está en construir una cultura donde el crecimiento se valore también como forma de retribución, sin renunciar a la exigencia de justicia. Porque crecer, también es recibir.

Esperar que todo esfuerzo traiga premio inmediato, es la vía más rápida al estancamiento profesional.

Jefe, ¿y yo qué gano con esto?

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