Don Ernesto lo miró, sonrió y sacó de su mochila una botella de agua mineral. La sostuvo frente a su nieto como si fuera un tesoro.

“Depende, Diego”, respondió con calma.
“¿Cómo que depende, Abu? Es agua, ¿no?”, insistió el chico, confundido.
“Te voy a enseñar algo —dijo el abuelo—. Imaginá que esta misma botella está en ese supermercado de la esquina. ¿Cuánto pagarías por ella?”
“Y unos 3 mil guaraníes, pienso”, respondió Diego.
“Bien. Imaginá que no estás ahora en la plaza ni en el supermercado. Estás en la cancha de fútbol, pleno partido, hace 38 grados, tenés muchísima sed y no hay quioscos cerca. ¿Cuánto pagarías por esta misma botella?”

Diego se rió.

“Capaz que, hasta 10 mil, Abuelo”

Don Ernesto asintió, satisfecho.

“Muy bien. Y si estás en el aeropuerto, a punto de embarcar, sin tiempo para buscar más opciones, ¿cuánto creés que te costaría?”
“Y... mínimo 20 mil o 25 mil… por ahí…”, respondió Diego, abriendo los ojos.

El abuelo se inclinó hacia él, bajando la voz:

“¿Y si ya estás en el avión, con la garganta seca y la única opción que podrías tener para beber agua es comprarle a la azafata?”
“Ni hablar. Voy a pagar sin problemas 50 mil y encima por la botella más chiquita”, dijo Diego, soltando una carcajada.

Don Ernesto se acomodó la boina y golpeó suavemente la botella con un dedo.

“¿Ves, Diego? El agua no cambió. La botella tampoco. Lo único que cambia es el lugar. Y el valor que la gente está dispuesta a darle”

Diego lo miró, intrigado.

“¿Y eso qué tiene que ver conmigo, Abuelo?”

Don Ernesto se quedó un momento en silencio, viendo cómo jugaban unos niños cerca. Después, volvió a hablar:

“Todo, hijo. A veces, uno se siente poca cosa, sin valor, como esa botella de agua en la góndola. Pero no es que el agua sea mala. Es que no está en el lugar correcto para mostrar lo que vale. Pasa igual con nosotros: si estás rodeado de gente que no ve tu valor, no es tu culpa. Tal vez es hora de cambiar de lugar”, manifestó don Ernesto.

ENSEÑANZA PARA TODOS

El chico asintió, en silencio. Su abuelo siguió:

“Y esto no es solo para vos. Es para todos. Para los empresarios, los profesionales, los emprendedores. Hay empresas que no valoran a sus mejores empleados. Hay jefes que no ven el talento que tienen al lado. Hay familias que no comprenden el esfuerzo de uno de los suyos. Y hay personas que se resignan a creer que su valor es bajo, solo porque nadie lo paga bien”

Don Ernesto guardó la botella en la mochila, como si cerrara la lección.

“Nunca olvides, Diego. Una botella de agua puede valer 3 mil o 50 mil. Lo importante no es la botella. Es dónde está. Y con quién”

EL SITIO Y LA GENTE CON LA QUE ESTAMOS

La enseñanza quedó flotando en el aire. Es sencilla, pero poderosa: el valor no lo define lo que somos, sino dónde y con quién estamos.

Es momento de valorar a la gente que está cerca nuestro. Caso contrario, no hay que sorprenderse si un día esa “botella” se va a otra parte donde sí la valoren como merece.

El precio de la botella de agua

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