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Hecatombe motoquera

 
 
 

Cuando los antiguos griegos querían asegurarse de que una determinada empresa les saliera bien, ofrecían una hecatombe. Es decir, sacrificaban 100 bueyes en un altar buscando que los dioses les fueran propicios. Esta práctica se extendió rápidamente y el término, derivado de dos palabras griegas, pasó a cobrar un significado por extensión.

“¡Aquello fue una verdadera hecatombe!” se diría luego de alguna batalla particularmente sangrienta. Los fenómenos naturales como terremotos o tormentas violentas también serían asociados a la antigua palabra griega y ya hacia nuestros días, su significado primigenio se perdería para quedar sólo con un par de acepciones principales: mortandad, tragedia con muchas víctimas…

De ahí nuestro título de hoy. Con 390 motociclistas fallecidos hasta el 31 de julio (en 2011 fueron 629) y otros 2.279 con distintos tipos de lesiones, desde las más leves hasta las que producen invalidez parcial o total, los usuarios de biciclos ocupan un primerísimo lugar en tan luctuosa estadística. Si esto no es una hecatombe, habría que buscarle otro nombre que se le aproxime. La última incursión del dengue dejó algo menos de 60 muertos, apenas el 15 por ciento de la impresionante galería de óbitos producida por los accidentes motociclísticos. Sin embargo, que sepamos, no hay nada que se parezca a la intensa campaña de prevención del dengue desarrollada por el Ministerio de Salud Pública. Con la siguiente particularidad: el dengue es estacional, va y viene según las temperaturas y la circulación viral. Las muertes de motociclistas ocurren todo el año, con tendencia no sólo a consolidar sus tétricos registros sino a aumentarlos.

Es imperativo poner en marcha un plan nacional de abordaje de la circulación de motos, reglas de seguridad, penalización de conductores y rigurosas condiciones previas a la entrega de carnets de conducir. Esta campaña es imperativa para frenar no sólo la ola de accidentes mortales e invalidantes sino además para poner bien en claro que la responsabilidad de esta epidemia de muertes no radica en el vehículo en sí, sino en quien lo conduce. Y sobre todo, en las autoridades encargadas de entregar habilitaciones y registros de conductor.

La tragedia en que se está transformando este tendal de víctimas tiene que abrir los ojos y las entendederas a autoridades nacionales pero sobre todo municipales. Por muy respetables que sean los negocios que genera la producción de motocicletas en el país, ello no debe ser un factor condicionante para el inicio de una campaña que funcione sobre ejes principales: capacitación y concientización del conductor, ordenamiento de la circulación de biciclos y cumplimiento a rajatabla de las ordenanzas en la materia. De otra forma, la lista de víctimas seguirá aumentando y el número de hogares sumidos en la desgracia, también.




 

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